Enseñar, aprender y practicar el debate

El pasado 13 de noviembre de 2019, quien así lo quiso, pudo presenciar el debate presidencial uruguayo emitido en cadena por los medios. Este debate fue obligatorio por la ley 19.827 de setiembre de este mismo año.

Una vez más nos hallamos ante un debate pálido, aunque haya sido el segundo round entre los mismos políticos, que fue más una serie de exposiciones breves de aspectos que ya conocíamos -con algunos reproches mutuos que, mayoritariamente, no se respondieron-, que una contienda. Por momentos fue, como dice el dicho popular, “un diálogo de sordos”. Organizado, tibio, sin sorpresas.

Los expertos señalaron, ya de antemano, que las cifras de votantes por uno y otro candidato se movería poco luego de este encuentro.

Una mirada desde otro ángulo permite ver que no ha cumplido, según mi posición, con una importantísima función en un debate de este tipo, y que no es ganar o perder sino enriquecer al tercero que escucha, al público, a la ciudadanía. Esta función no se cumplió. Tal vez, luego de veinticinco años sin debates entre presidenciables, era esperable que la falta de esta práctica tuviera este resultado. Preguntarse quién ganó y quién perdió es solo una cuestión lateral dado que se sabía que la intención de voto no cambiaría demasiado.

Para analizar este fenómeno hay que considerar algunos aspectos importantes.

Cuando el debate se trabaja desde los años escolares primarios y medios, puede llegarse al enfrentamiento en torneos, en los que se valoran aspectos formales: de ajuste a las estructuras preestablecidas, y de contenido: riqueza de argumentación, aporte de datos. También se valora a los intervinientes desde el punto de vista de la oralidad y de la comunicación no verbal, entre otras formas de evaluación. Aquí sí hay ganadores por puntos.

En un debate entre presidenciables el jurado es la ciudadanía, que más allá de otorgar puntos, aplaudir o abuchear a sus candidatos, debe recibir insumos que aporten a su opinión.

Como ya había anotado en un artículo anterior, el debate es por definición una lucha, un enfrentamiento con palabras, con respeto pero con emoción. Eso que ya Aristóteles señalaba como tres pilares que sostienen la fortaleza y la persuasión del discurso: ethos, pathos, logos, deben estar presentes en el debate. Simplificando estos tres fundamentos, al costo de ser muy básico, se puede decir que por su orden implican la credibilidad de quien habla, la emoción que transmite, el conocimiento y la lógica argumentativa.

Sin embargo el debate no consta solamente de secciones discursivas, las tiene sí pero no son las únicas. Si solo hubiera instancias discursivas no sería un debate.

Estructuras de debate y tiempos establecidos hay múltiples y muchas son también las formas de plantear el escenario en el que se desarrollará.

Además de los debatientes es fundamental la intervención del moderador cuyas características fueron tratadas en el artículo ya mencionado.

Lo presenciado en la noche del 13 de noviembre fue, nuevamente un ejercicio al que le faltó dinámica de enfrentamiento. Los moderadores se limitaron a anunciar los bloques temáticos y a invitar al debate libre. Tal vez, por el gran respeto hacia los dos políticos, los moderadores tampoco encendieron el debate. Quizás así estuvo pactado de antemano.

Salvo que haya sido acordado en contrario, el moderador puede intervenir para pedir, por ejemplo, que se responda a la pregunta que uno de los contendientes hizo y que no fue respondida por el otro. Puede regresar sobre un punto que se pasó por alto o cuando se salió del tema eje del bloque. El moderador puede lanzar una pregunta para que sea respondida por cada uno. Puede intervenir en caso de comportamientos poco adecuados.

Tal vez por uruguayos, porque manifestamos que no nos gusta el escándalo ni el circo, ni la “tinellización” de la política en serio, el debate quedó en las medias tintas: ni escándalo ni acartonamiento; tintas a las que le faltó color. El color que da la retórica, la argumentación aguda, el contrapunto, el reto, el ataque inesperado, el contragolpe.

En el origen de la palabra está su significado. Debatir es luchar, batirse a duelo, enfrentarse. El debate es una contienda con palabras. Es una lucha con estrategia, con retórica, con persuasión, con la pasión que dan las convicciones.

La estrategia elegida para el 13 de noviembre fue jugar, más que nada, a defender el arco. Podrían especularse las razones.

Y por cierto, en las tribunas, estaríamos menos enojados si aprendiéramos primero, a discutir temas sin enojos personales. Luego sería más fácil entender que un debate es ir a la lucha con las ideas, sin gritos, sin que corra sangre más que aquella que la emoción haga correr por la venas.

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